Mientras su carrera por las ramas de los árboles era cada
vez más frenética y desesperada, Avryale observo horrorizada cómo, delante de
ella, los árboles acababan. Había llegado al lindero del bosque y aún no habían
dejado de perseguirla. Tenía las manos entumecidas y sangrantes por apoyarse en
las ramas y agarrarse a ellas. Pensó que de un momento a otro las piernas se le
pararían, llevaba corriendo y saltando de una rama a otra demasiado tiempo, y
cada vez notaba más el peso del zurrón y las bolsitas que portaba.
Escuchó los gritos detrás de sí. Bajo ella, cabalgando en
tierra firme la alcanzaban dos guardias y una hechicera, quien estaba
comenzando a conjurar. La elfa trató de avistar entre las ramas qué había al
otro lado, donde acababa el bosque; no pudo observar nada con claridad, pero
escucho el murmullo del agua. Debía
pasar un río, quizá allí pudiera perderlos, pero no estaba segura de si podría
seguir corriendo mucho más, su cuerpo estaba agotado.
De pronto, cuando ya alcanzaba a ver el río y se preparaba
para saltar a tierra firme escuchó un brevísimo siseo que precedía a una gran
explosión de fuego. Avryale pudo cubrirse la cabeza con los brazos a tiempo,
pero la explosión la hizo caer al suelo y rodar hasta golpearse con las piedras
de la orilla del río. Se levantó como pudo entre gemidos de dolor, tenía
astillas de las ramas de los árboles
clavadas en brazos y piernas. Por suerte no eran demasiado grandes, pero
suficientes como para reducir su velocidad.
–-¡¿Dónde está!? –Escuchó que los gritos se aproximaban. –
¡Espero que no la hayas matado, Kara! ¡Moriremos nosotros si es así!
–¡Cállate imbécil! La he visto caer, seguro que… ¡Allí! –La
hechicera señaló a la elfa, que se tambaleaba hacia el agua.
Había conseguido quitarse tres de las astillas más grandes
antes de entrar sin miramientos en el
agua. Notó cómo el helor de la misma se clavaba en su piel, pero entumecía sus
heridas, así que continuó vadeando el río como pudo. Escuchó cómo se acercaban
los caballos a la orilla y comenzaban a entrar en el agua. Avryale pensó que si
el río era profundo no la seguirían, ni con caballos ni a pie, porque se
hundirían por el peso de las armaduras;
sin embargo el agua a penas le llegaba al pecho; miró a su alrededor,
buscando una alternativa. Más arriba observó una gran roca en mitad del río; a
su alrededor había un pequeño salto de
agua y un remolino, aquella zona debía de ser bastante más profunda. Era
arriesgado nadar a contracorriente con la fuerza que portaba el agua, pero peor
aún era dejarse capturar, de modo que comenzó a vadear río arriba sin saber de
dónde sacaba las fuerzas.
No volvió la mirada para observar a sus enemigos hasta que
llegó a la enorme roca, a la que se agarró rápidamente antes de hundirse en el
pozo que había bajo el agua. Durante un brevísimo instante observó sus manos
agarradas a la roca, sobre la que resbalaba el agua mezclada con su propia
sangre. Se mantuvo allí aferrada, temblando de frío y dolor hasta que uno de
los guardias desmontó y entró al río, tratando de alcanzarla. Sin saber el
profundo pozo que le separaba de la elfa, el hombre vadeó el río hasta ella,
que se quedó quieta, esperándole y ocultando una roca en su mano. Cuando el
guardia dio un último paso para agarrarla, tropezó con la zona más profunda y
se hundió. El hombre agitaba los brazos tratando de salir del agua, pero
Avryale nadó hasta él, empujándole con las piernas y golpeándole varias veces
en la cabeza con la gran piedra que había cogido. El agua del río comenzó a
teñirse de rojo, pero ya no sólo por la sangre de la elfa. Con el peso de la
armadura el cadáver del guardia fue hundiéndose y acabó siendo arrastrado por
la corriente.
Avryale
volvió como pudo a la roca, agarrándose de nuevo a ella y fijando su fiera
mirada en la hechicera y el guardia que habían observado la escena desde la
orilla. Él espoleó a su caballo y accedió al río por la zona menos profunda,
comenzando a cruzarlo. Al verlo, Avryale se puso en movimiento en seguida,
soltándose de la roca y comenzando a nadar y a vadear el río con verdadera
dificultad hasta la orilla contraria. Estaba agotada.
Cuando
pudo dejarse caer sobre tierra firme trató de recuperar el aliento y se
arrastró más lejos del agua, pero no tuvo tiempo de incorporarse, pues el
guardia ya se había aproximado a ella y trataba de agarrarla de la ropa. Los
reflejos de la elfa la hicieron sacar una daga con un respingo y lanzó un tajo
sobre la muñeca del guardia quien la soltó al instante. Ella aprovechó su
quejido para cortar la estribera y la cincha de la montura, de modo que el
guardia se precipitó al suelo y el caballo se encabritó, lanzando patadas al
aire. El animal salió huyendo, sin embargo el hombre logró soltar su otro pie
del estribo y no salió a rastras del animal.
La elfa
se acercó rápidamente al guardia, que trataba de incorporarse, daga en mano,
pues no tenía ni tiempo ni fuerzas de sacar sus espadas, se sentó encima de él
a punto de clavarle la daga, pero este le propinó un puñetazo y trató de
sujetarla por las manos. Ella forcejeó
hasta que pudo soltar la mano de la daga y comenzó a acuchillar el
cuello del hombre, al aire, pues había perdido su gorjal.
La
hechicera observaba horrorizada la escena desde la otra orilla. Vio cómo
después de asestar infinitas puñaladas a su compañero la elfa se incorporaba
con extrema dificultad, cubierta de sangre propia y ajena, empapada y sucia, y
clavaba su mirada en ella. Kara era novata, no había visto jamás una ferocidad
así en una mujer. Se le habían quedado grabados los gritos que la elfa emitió
mientras acuchillaba al guardia. De pronto la Avryale levantó el brazo,
señalándola con la daga y su voz se alzó por encima del estruendo de la
corriente del río.
–Ven a
por mí.
La
mente de Kara se quedó en blanco y no pudo hacer más que dar media vuelta con
su caballo. Si pretendían capturarla necesitaba refuerzos.
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